Ser Madre y Padre es una ardua tarea que, en ocasiones, se convierte en un gran reto, especialmente en la adolescencia, puesto que todo ocurre muy rápido.
Los hijos e hijas empiezan a cambiar deprisa y ya no se dejan mimar tanto. Piden espacio. Ya no cuentan cada día con ilusión lo que han hecho. Prefieren guardarlo y responder con un simple “como siempre”.
Los/as adolescentes llevan un proceso nuevo de vida del que no comprenden muchas cosas. Las emociones se agolpan en sus cabezas, les comienza a importar lo que otras personas piensan, y quieren separarse de las figuras de autoridad. Se vuelven retadores/as y ponen a prueba a las familias constantemente.
Sin embargo, para las madres y los padres también es todo nuevo, es por eso que existe la Escuela de Padres. Tanto si es la primera vez como si ya se han tenido otros hijos/as, cada persona es diferente y, por lo tanto, los retos cambian. Todo evoluciona muy deprisa y se supone que una madre o un padre deben entenderlo y responder “bien”, pero se hace muy complicado y se genera mucha presión.
Es fácil tener miedo, sentirse inseguro/a y notar que la tristeza y el enfado aparecen constantemente. Todas estas emociones hacen a veces aflorar ciertas preguntas: ¿Es que ya no me quiere? ¿Qué puedo hacer mejor? ¿Qué puedo hacer para ayudarle? ¿Cómo consigo que haga lo mejor para él o ella? Etc.